Josep Mestres Cabanes es un caso indiscutible de vocación pictórica, acusada por la presencia familiar de pintores, decoradores y escenógrafos. Pintó numerosos óleos y acuarelas y expuso su obra pictórica en Madrid y en Barcelona. Del Mestres pintor de caballete se desconoce una gran parte de la obra. Oír hablar de Mestres Cabanes es imaginar inmediatamente la catedral de Burgos o un interior del Gran Teatro del Liceo, pero si tuviéramos que citar otros temas, necesitaríamos hacer un esfuerzo memorístico. Su obra, en cambio, es muy extensa y a su vez variada. Al principio, Mestres Cabanes disponía de poco tiempo libre y su trabajo, primero en el taller de Corrons y después en el taller de Alarma –donde trabajaba más horas de las habituales e incluso en días festivos–, era más bien de tipo decorativo y escenográfico. Pero como tenía una gran afición, destinaba horas robadas al descanso para irse a pintar acuarelas al natural. Y así surgió toda la serie de acuarelas de Mestres sobre Barcelona, sus monumentos, el Barrio Gótico, la catedral, las plazas, los patios, muchos rincones, la Rambla, el puerto, el mar, los barcos, Sant Pau del Camp, Sant Pere de les Puel·les, el Teatro Circo Barcelonés con el Paral·lel, Montjuïc, etc., y más tarde sus creaciones del interior del Palacio de la Música, del restaurante Scala, etc. Como amante romántico de la naturaleza, los árboles, los abetos «made in Mestres» ya han quedado fijados en las páginas de la historia del arte, pero también le gustaban los cipreses, los pinos, las montañas y –no en la misma medida– el mar, en calma o agitado por la tempestad. Enamorado de la vida diaria, a Mestres le gustaba todo aquello que llamaba su atención: las escenas costumbristas, lo que pasaba ante sus ojos cuando salía a la calle. Además de Cataluña en general, y Barcelona en especial, Mestres Cabanes pintó paisajes urbanos de Madrid (el Palacio Real, la tumba de Goya, la plaza de Oriente, entre otros), León (la catedral y la colegiata de San Isidoro), Santiago de Compostela, Toledo, el Monasterio de Piedra en Alhama de Aragón y, en el extranjero, París, Venecia, Roma y Egipto. Mestres Cabanes pintaba por el mero placer que sentía al hacerlo, y por eso nunca se preocupó demasiado de organizar exposiciones o de encontrar un marchante para que le representara. Incluso le resultaba difícil desprenderse de sus obras de tanto afecto que ponía en ellas al crearlas. Cada una estaba estudiada con detalle y trabajada al máximo. De hecho, antes de organizar una exposición dibujaba gran cantidad de notas con todo lujo de detalles, bocetos que ya en este estado eran auténticas obras de arte. Mestres había trabajado mucho la acuarela antes de pintar óleos. En general, él mismo era un buen crítico de sus obras y jamás quiso pintar nada de lo que después no pudiera darse por satisfecho. Sentía admiración por la obra de Mir y Fortuny; uniendo el colorismo del primero y la precisión del segundo estaba convencido de que el resultado sería sorprendente. Y es que el problema de la luz preocupó siempre mucho a Mestres. En el campo pictórico le interesó extraordinariamente plasmar el efecto de la luz en las distintas horas del día. Mestres sostenía que cada día y cada momento tienen una luz propia e irrepetible, y eso es lo que pretendió reflejar en su pintura de caballete. Su pintura es conservadora, tradicional, rigurosamente real y detallista, en un tiempo en que eso no se practicaba. Pero su pájaro muerto, sus abetos de Ordesa, sus paisajes del Pedraforca o sus acuarelas de Sitges reflejan la sensibilidad de un artista incapaz de pintar algo que no le motivara. |
Pintura de una vista de Barcelona desde el patio del Liceo (1944). Interior de la catedral de Burgos desde el cimborio (1969). |